Amor que sana. Démeter, Melisa (Abeja, de allí melifluo, miel,) Las Alseides, ninfas de la naturaleza. Vaya este ejercicio literario (cuento sin mayores pretensiones) como homenaje a la potencia femenil hecha canto, coraje, entrega en amor que trasciende. Abrazo a la que lee.
La
rana y la princesa
Había una vez, en una lejana tierra de
maravillas, un Castillo en lo alto de una colina, rodeado de huertas y bosques,
y sobre el cual siempre brillaba el sol. El rey de esa tierra donde el agua era
cristalina, los frutos deliciosos, dulces y jugosos, era un sabio que gobernaba
con justicia y benevolencia, jamás era autoritario ni ejecutaba sentencias, ya
que no era necesario. Todos los súbditos amaban a su rey y le veneraban tanto
como a su hija, la princesa Chloe que era tan bella como graciosa y
encantadora. En el reino de las
maravillas la tierra era tan pródiga en
riquezas que jamás supieron lo que es el hambre o la escasez. No había peleas,
enconos ni desencuentros, todos eran felices y solidarios unos con otros. Eran
los hombres y mujeres más felices de aquel rincón del planeta. No había
descontentos y el tiempo parecía no pasar nunca, todo era hoy como lo fue
antes, como lo será mañana. El castillo destacaba en el horizonte, bello,
imponente y luminoso. Y en los confines del reino, vivía una mujer que había
sido expulsada del reino por sus enseñanzas. Ella decía, al ver felices al rey,
a la princesa y a sus súbditos, que si no conocían el dolor, la tristeza, el
hambre y el sufrimiento no podrían valorar realmente todos los dones de los que
gozaban. Esta mujer, llamada Alseida, enseñaba que si se atraviesa el dolor se
encuentra la alegría. Que la belleza de una flor se recordaba más al perecer
ésta. Lo perenne le da sentido a la vida, como así también a la muerte. Pero el castillo y sus confines estaban bajo un hechizo y todo estaba suspendido en el tiempo. Un día
en que les hablaba a un grupo de jóvenes, el secretario del rey la escuchó y el
rey decidió expulsarla de su reino, condenándola al ostracismo y la soledad.
Un domingo de primavera, cálido,
perfumado y luminoso la Princesa Chloe salió a cabalgar, sola, como a ella le
gustaba, para disfrutar de la naturaleza sin que nadie le regañara por esto,
aquello o lo otro. Al trote acompasado de su alazán, pasó por entre los árboles
y los arroyos, hasta llegar a la Laguna Mayor, que establecía el límite entre
el reino de su padre y el del rey vecino. Desmontó y se echó sobre la hierba, a
descansar del galope y a observar la naturaleza. El cielo de un azul intenso,
límpido, se unía al azul de la laguna, allá en el horizonte. Se escuchaban los
distintos trinos de las aves que disfrutaban de las ramas de los árboles y la
frescura del agua. Se sentía dichosa y unida a ese entorno natural, bello y
pleno cuando escuchó un canto, dulce, melodioso, una voz que jamás había
escuchado antes. Una voz y un canto que la conmovieron en lo más profundo de su
interior. Al mirar a su alrededor, sólo se veía la presencia de una rana, con
ojos negros, saltones, un verde lustroso en su piel, y el color pardo de su
vientre moviéndose a medida que emitía su canto. La princesa Chloe se acercó
lentamente a la rana que cantaba al borde del agua y quiso acariciarla, en
cuanto estiró su mano y rozó la piel de la rana, todo cambió y se encontró en
la sala de una cabaña, con olor a humo de la leña que crepitaba en la chimenea
y rodeada de libros, mapas, brújulas, papeles, sentada en un cómodo sofá en
frente del fuego que entibiaba. La rana yacía echada a un costado, en el piso,
y escuchó otra vez el canto que tanto la había atraído. Al girar la cabeza vio
que era una mujer la que cantaba, a la
que jamás había visto antes, cuya hermosura y mirada eran infinitamente más atrayentes que
su canto. Supo, entonces, que ya nada volvería a ser como era. Supo que un
designio se iba a cumplir. Y no tuvo miedo. Alseida silencia su voz, se acerca
a Chloe, le ofrece una taza de té, le sonríe y se sienta a su lado.
_Bienvenida, Princesa, a mi templo, a mi tiempo y a mi casa Chloe la mira, bebe un sorbo de té, nota que sabe a rosa y miel _No te conozco, ¿Quién eres? La princesa nota la energía que emana de esa mujer y no puede abstraerse de ella, siente el deseo de ser envuelta en ella. Y sus ojos tan azules, pensó, como el azul del cielo y la laguna, juntos en el horizonte.
_Soy la luz y también la oscuridad, soy el cielo hecho una mujer desnuda cubierta de estrellas, Soy la Señora de todo en mi bóveda celeste, la protectora. Soy el agua, soy la hierba, soy la lluvia y el sol. Soy la verdad, la risa y la lágrima, soy la memoria y el olvido. Soy. Y Soy lo que quiero ser. Mira a la Princesa y sonríe con dulzura. Chloe siente que su interior se relaja, se asombra al notar que no tiene temor, pero sí mucha curiosidad.
_ ¿Por qué estoy aquí? ¿Para qué me
has traído? Observa, mientras habla, que la rana se ha movido y se ha subido al
sofá a su lado.
_Porque las respuestas que buscas
están ahí, a tu alcance, en frente y dentro de ti. Esas que ansías y se hacen
esquivas.
_ ¿Qué sabes tú de mi búsqueda? Nunca
antes te he visto
_ Cierto es que no me has visto, pero
sí has jugado con ella, y señala a la rana, y le has hablado, a la orilla del
estanque del castillo de tu padre. Y le has planteado tus dudas, tus deseos.
Como el de ser libre, por ejemplo. Libre de ese mundo de fantasías, de esa
tierra de maravillas, de ese tiempo en el que todo es siempre igual, en el que nada
cambia.- Chloe mira a Alseida, y siente que ésta mira en su ser, hasta dejarla
inerme, expuesta, libre de todo subterfugio y de toda incertidumbre.
_ Es verdad, muchas veces me lo he
planteado. Cada día igual a cualquier otro día, cada fruto con el mismo sabor
que otro fruto. Sobre el castillo jamás deja de brillar el sol. ¿Cómo será una
nube? He leído un libro antiguo, en la sección prohibida de la biblioteca, en
el que se narra que antiguamente había lluvia, frío, nubes. ¿Cómo será la
lluvia? ¿Cómo se sentirá el frío? También leí sobre cómo se debía trabajar para
obtener los frutos de la tierra y cómo el esfuerzo de criar animales era
recompensado…
_ Así es, eso fue cuando el reino de
tu padre era como cualquier otro y había hambre, dolor, trabajo, esfuerzo junto
a la alegría, los frutos, el placer. Hasta que mi madre adoptiva, Démeter,
castigó a tu padre con la abundancia eterna por haber pecado en contra de tu
madre, Melisa, sacerdotisa de Démeter, a quien tu padre desterró de su reino
por egoísta y cobarde. Egoísta porque te quería sólo para él, cobarde porque
recurrió a una argucia y una mentira. Entonces mi Madre condenó a tu padre y a
todo lo que compone y habita en su reino a la eterna monotonía del gozo vacuo.
_ Jamás supe de mi madre, cada vez que
he preguntado me han llevado a otros temas, nunca me han dicho más de que era
hermosa, bondadosa y que cantaba con dulcísima voz. ¿Qué hago aquí, para qué me
has traído?
_ Estás aquí para conocer la verdad.
Para que conociéndola seas capaz de discernir, elegir y experimentar la
libertad. Para regresar al reino de tu padre a la normalidad de la vida misma, en
el continuo renacer.
Chloe que escuchaba a Alseida,
descubre que tiene a la rana en su regazo, acomodada entre sus manos apoyadas
en él. La acaricia. _ ¿Y cómo se
ha de deshacer el hechizo? ¿Hay una manera?
_ Se deshará con amor y por amor pero único; el amor que trasciende, que
está más allá de toda convención de todo estatuto, de cualquier imposición.
Démeter, mi madre, así lo dispuso. Sólo amor. Sin importar nada, pero
abarcándolo todo. Un amor que venza los convencionalismos, que esté ajeno a la mentira,
que sea generoso, entregado sin límites. _ Creo que no existe un amor así en el reino
de mi padre. A veces creo que ni siquiera existe el amor, por más que veo la
felicidad alrededor, no siento que eso sea real. No le encuentro el sentido a
las cosas.
_ La vida, Princesa está compuesta de pares que se atraen y rechazan a la vez, luz-oscuridad, nubes-sol, amor-odio, deseo-saciedad… todos son pares que se dan sentido entre sí. ¿Cómo valorar la lluvia sin antes haber experimentado el calor fundente del sol secando las praderas? Y, por el contrario, ¿Cómo disfrutar del sol para entibiar, orear y secar todo luego de días y días de lluvia fría y gris? ¿Comprendes? ¿Cómo experimentar la saciedad sin antes no haber pasado por la experiencia del hambre? ¿Cómo sentir amor sin el deseo de ser en el otro? De eso se trata todo, la vida, el cosmos, el orbe mismo. Movimiento. Estados. Aprendizajes. Evolución. Nacimiento y muerte. Odio que destruye y amor que salva. Y es lo que lleva a la búsqueda y a la evolución. Nada es estático.
Alseida hace una pausa, atiza el fuego, que despide chispas con un chisporroteo y luz al encenderse con más intensidad. Chloe, pensativa, sigue con la rana en su regazo, nota que se siente confortable, segura, sin desconfianza.
_ ¿Cómo podría yo devolverle la vitalidad al reino de mi padre? No comprendo eso, ya que no dispongo de poder. Ni tomo las decisiones. Sólo veo transcurrir los días.
_ Eso es verdad, princesa, sólo te dejas guiar sin cuestionar, pero sí tienes dudas, sí buscas otro estado, sí ansías el conocimiento y la libertad. Y la libertad mayor es la de enajenarse de uno mismo para darse al otro.- Alseida calla, mira a Chloe a los ojos, sonríe de una manera tan dulce que Chloe se estremece bajo esa mirada profundamente azul, tanto por la mirada que la traspasa como por la energía que emana de esa mujer, única, hermosa, vital y potente. Siente, en su interior una necesidad y un deseo.
_ Es verdad, siempre supe que había algo más, algo que no fuese esa monotonía, algo que me hiciese sentir viva de verdad. Pero también tengo miedo, miedo a lo que será si se rompe el hechizo. ¿Y si no puedo con el dolor? ¿Y si el frío, la lluvia, la ausencia del sol acaba con los colores de las flores, con el aroma de los campos, con el sabor de los frutos? ¿Y si la tristeza apaga a la felicidad? ¿Cómo será el amor sin la falsa alegría del hechizo? Mientras habla, acaricia la lustrosa piel de la rana que la mira.
_ Esas son, justamente, las preguntas que hay que responder, princesa.
Se miran, intensa y
profundamente, ambas envueltas por una energía que las contiene, las envuelve,
las acuna. No hay vértigo, ni ansias, sólo la sensación de ser una misma
identidad con dos contenidos. Chloe abre sus labios para recibir la boca de
Alseida, no entiende el porqué, sólo sabe, en su interior, que es eso lo que
quiere, lo que necesita, lo que le pone latidos en el corazón, calidez en la
piel, cosquilleos en sus manos. Nota cómo es degustada y a la vez
saciada, tomada y a la vez donando. Nota cómo los latidos de su corazón
comienzan a ser más acompasados, más intensos, siente un calor interior que la
expande, la eleva y a la vez la desciende hacia su abismo interior. Besa y es
besada. Se entrega y es tomada, se descubre y es explorada. Abre su mente, su
corazón y su ser. Alseida es agua y es canto mientras que ella es pan y
acordes. Dos pero una. Dos notas pero un solo compás. Chloe trasmuta de
doncella a mujer entregándose a ese latido, sin duda, sin culpa, sólo aprender,
sólo ser. Calmando la necesidad de sentir a Alseida en su espacio, en su
cuerpo y en su tiempo. Sintiéndose modelada, esculpida, traspasada, recreada; y
es feliz.
Mientras tanto,
en el reino, de pronto se oscurece el cielo, unos nubarrones plomizos se
estacionan y descargan una cortina de agua, cálida, espesa, un torrente que
todo lo cubre, lo lava, lo riega. La gente miraba hacia el cielo, sin salir de
su asombro, los niños salieron alborotados a jugar bajo la lluvia, gozosos de
ver, por primera vez, que el cielo podía oscurecerse y dejar caer agua. Las
mujeres sentían ese olor a humedad, experimentaban el gozo del fluir del agua
sobre su cuerpo, empapando sus cabellos, estremeciéndolas. Los hombres dejaron
sus herramientas de trabajo, salieron a ver qué sucedía, vieron cómo todo
cambiaba, la felicidad de los niños chapoteando y cómo las mujeres disfrutaban
del agua que las realzaba en sus contornos femeninos, embelleciéndolas; alegremente,
se sumaron al gozoso disfrute de la lluvia vivificante, tomando a sus mujeres por la cintura para ejecutar una danza nueva.
En
el castillo el rey, sentado en su trono, con la cabeza entre sus manos
sollozaba, al fin se libraba del peso que llevaba en su corazón, al fin se
rompía el hechizo de la felicidad vacua, al fin su reino volvía a estar vivo.
Pensó en Melisa y volvió a pedir perdón y compasión. Su egoísmo, su cobardía
eran purificados por esa lluvia, se encontró llorando y bendijo a las lágrimas
que lo devolvían a la condición humana. Supo que al caer el hechizo su fin
estaba próximo. Pensó en su hija y en la posibilidad de que ahora sí podría
conocer el amor, ser feliz de verdad y ser una buena reina. Suspiró, dejó que ese gris de
lágrimas y lluvia calmara el dolor de su corazón.
A orillas de la Laguna Mayor Chloe y Alseida descansaban la una en el pecho de la otra, relajadas y plenas. Paz y dulzura. Encuentro y movimiento. Placer y gozo, dos en una.
_ ¿Qué va a pasar ahora, mi Señora? No quiero volver al castillo sin ti, sin tu amor que guía, sin tu enseñanza, sin tus cuidados. Sin tu estar en mí, sin mi yacer en tu centro. No podré estar ya con nadie más que no seas tú. Lee en mi corazón y lo sabrás, el pulso de mi sangre lo dice, mi piel lo grita, mi boca lo reclama…
_ Lo sé, Princesa, y así será. La nuestra es unión verdadera, yo tampoco quiero quedarme aquí, ajena y alejada. Se ha cumplido el destino y la vida vuelve a tener su ritmo. Volveré contigo, Princesa, y seré tu guía y tu faro, así como tú serás mi mujer, mi todo. Y yo seré sólo tuya.
Alseida emite un sonido dulce, agradable, cálido y la rana que yacía a sus pies se posa en su pecho, y salta al de Chloe cantando; se deja caer de la cama y se transforma en una mujer madura, luminosa, imponente y con una energía que todo lo alcanza y lo envuelve. Las mira, sonríe de manera que todo se transmuta.
_ Así será, dice, y tenéis mi bendición._ Alseida mira a Melisa, inclinando su cabeza, Chloe siente en su pecho los latidos acelerados en su corazón
_
¡Gracias Madre! Y se abraza a ella sintiendo la calidez y la ternura de su
madre envolviéndola. Melisa sonrió satisfecha y
le besó en la frente.
_Siempre estaré contigo, hija, siempre.- Desvanecida su presencia, la rana salta hacia Chloe que la toma en sus manos y la sostiene contra su
pecho.
Al regresar ambas al castillo notan que la lluvia había revivido el aire, los edificios, la tierra. Un aroma distinto que se respiraba y se disfrutaba. Hasta los rostros cambiaron en sus gestos. Y al levantar la mirada podían observar a algunas nubes en movimiento. Ambas sentían que a pesar de no saber lo que pasaría mañana el hoy era maravilloso. El Rey yacía postrado, ya sin energías para ponerse en pie. Ellas al lado del lecho lo miraban, compasivas. El rey tomó la mano de su hija y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban bendijo, primero a Chloe luego a Alseida, uniendo sus manos, había dulzura y comprensión en su mirada.
_ Sólo el amor puede vencerlo todo.
Jamás lo olvidéis. No caigan en los errores ni los pecados que yo cometí,
vosotras sois la vida nueva. El reino con vosotras estará mejor gobernado.
Entrelazó sus manos con las suyas y cerró los ojos, su expresión era de paz.
Pasados
los ritos en los que se despidió al Rey y cumplidos los días de luto se coronó como Reina a Chloe, y todo comienza a
fluir, el hoy comienza a ser distinto al ayer, y nadie tiene la certeza de cómo
será el mañana y eso no provoca miedo, temor ni incertidumbre sino que todos experimentan que se renueva la energía y la esperanza. En el balcón del
castillo Chloe mira hacia el horizonte, aspira el aroma
vivificante, que hincha su pecho y la tonifica. Acaricia a la Rana que yace
en su regazo, y escucha el canto de
Alseida, que se mueve por el cuarto y se aproxima por detrás de ella, tomándola
por la cintura y le besa el cuello. Chloe sonríe. Chloe es feliz.

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