Unas palabras sobre las pérdidas que son muy difíciles de sobrellevar. La pintura es "Perspective", 1923, Tamara Lempika. Abrazo a la que lee 

Mi corazón palpita, las fuerzas se me van, 
y hasta me falta la luz de mis ojos. Salmo 38:11

Benedetti

- ¿Cómo se llama? Médica y enfermera miran a la paciente.
- Inés, llegó hace una semana. La trasladaron por la obra social
La médica la observa, sentada, mirando por la ventana, en posición relajada, sus labios murmurando. Mira la historia clínica.
- Según los resultados de los estudios, está perfectamente, incluso responde a los requerimientos, órdenes y estímulos. Se alimenta por sí misma y no manifiesta insomnio, ni actitudes agresivas. ¿Ha sido así todo el tiempo?
- Sí doctora, además de higienizarse y ordenar su cuarto. No habla. Sólo murmura un poema mirando hacia el parque, sentada al lado de la ventana.
La médica se acerca, Inés la mira, como acto reflejo, sin dejar de murmurar
“Tus manos son mi caricia, mis acordes cotidianos…
-Buen día, Inés, soy la Doctora Flores
Tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada...”
-Es un poema de Benedetti, ¿verdad? 
Tu boca que es tuya y mía Tu boca no se equivoca...”
-Inés, ¿es el único poema que sabés de Benedetti?
Inés la mira, otra vez, pero esta vez en silencio. La Doctora Flores se pierde en esa inmensidad verdosa, ojos que le dicen tanto y a la vez callan. Inés regresa su mirada a la ventana y sigue recitando por lo bajo.
“Y porque amor no es aurora, ni cándida moraleja…” 
Pasó un mes, la Doctora Flores cada día ha acudido a su lado, sin obtener nada más que una mirada y el poema como letanía murmurada.
-Vengo a ver a mi hermana, acabo de regresar de un viaje y supe que Inés está aquí.
-Soy la Doctora Flores, atiendo a Inés.
Informa a Julia sobre el estado de su hermana, y le pide que le cuente sobre Inés para obtener alguna información que ayude en el proceso de recuperación.
-Es filósofa, escritora y académica. Hace unos 40 días tuvo un accidente con el coche, ella salió con magullones, pero Ana, su pareja, murió. Inés nunca se vinculó fuertemente con nadie, me sorprendió cuando me presentó a Ana, no tan sólo por el amor sino porque fuera una mujer. Además Ana era abogada y dirigente de una ONG de derechos humanos, una activista. Nosotras provenimos de una familia tradicional, de valores; tenemos un tío que es Obispo en el Norte, papá fue Juez, mamá filóloga. Inés era la que más se parecía a papá, me refiero… no a lo físico, sino a la mirada sobre la vida… Diría que inflexible con ella misma y con todo. Exigente, siempre decía “Sólo pido lo que doy”. La última vez que hablé con ella fue antes de viajar a Alemania, a un congreso (yo me dedico a la biología) y de paso vacaciones, y ella me dijo: “Dios no quiere a la gente que vive feliz aunque no tenga permiso” Le pregunté por qué me decía eso y me contestó “Nosotros en cambio, vivimos las frías mansiones del éter cuajado de mil claridades, sin horas ni días, sin sesos y edades…Es nuestra existencia serena, inmutable; nuestra eterna risa, serena y astral…” Me di cuenta que citaba a Herman Hesse, su autor favorito, pero yo estaba impaciente. La había llamado para despedirme, se me hacía tarde, estaba el taxi en la puerta, pensé que estaba muy dolida por la pérdida de Ana. Lo último que me dijo fue:” "La verdad es que amamos la vida, no porque estemos acostumbrados a ella, sino porque estamos acostumbrados al amor…" Recuerdo que, ya en el taxi, pensé que era raro que me citara esa frase de Nietzsche ya que había escrito un artículo refutándolo y lo habían discutido con papá.
-¿Qué puede decirme con respecto al accidente?
-Inés, en el hospital, me dijo que venían cantando (¡Me hubiese gustado verlas, nunca la escuché cantar!) un tema que siempre las identificó, uno que cantan Sandra y Celeste…
-Te quiero, de Mario Benedetti?
-Sí, supongo que sí, me dijo que ella, por besar a Ana, se distrajo, no frenó, por eso el camión les pega del lado del acompañante, yo le dije que en realidad ella tenía prioridad de paso, que era el camión el que debía frenar, que eso estableció el peritaje, pero ella no dijo nada. Le dieron el alta dos días antes de irme a Alemania. Regreso y me entero de que está aquí.
-Venga, acompáñeme
Van al salón de estar, Inés permanecía, como cada día, junto a la ventana
-Hola, hermanita, ¿Cómo estás?
Inés mira a Julia, mansamente, sus ojos verdes acuosos, vacíos de luz. Tarda unos segundos en terminar su letanía
-Bien, con Ana –le responde suavemente, casi en un susurro- y vuelve su mirada hacia la ventana
Julia y la Doctora Flores permanecen a su lado, escuchándola.
Tus manos son mi caricia, 
mis acordes cotidianos; 
te quiero porque tus manos 
trabajan por la justicia. 
Si te quiero es porque sos 
mi amor, mi cómplice, y todo. 
Y en la calle codo a codo 
somos mucho más que dos.
-Dios no quiere a la gente que vive feliz aunque no tenga permiso- les dice, mirándolas, mientras una lágrima resbala con lentitud por su mejilla pálida.
Julia y la Doctora Flores permanecen paradas, mientras Inés retoma su letanía, mirando por la ventana.
Ninguna se da cuenta de las lágrimas por triplicado.


 

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