JACINTA

Una mañana de marzo, al despertar lo tuve claro: debía dejar Buenos Aires, cerrar ciclos y renacer en otro tiempo, otro espacio, otras circunstancias. Me fui a trabajar y todo ese día rondó, en mi interior, la certeza de que había más, mucho más… Y quería hacer el recorrido. Me llevó tres meses encontrar la casa. Al pueblo, el lugar, ya lo sabía, siempre lo supe: San Roque, cerquita del lago; ni muy lejos ni tan cerca de la capital de Córdoba. Conocido desde mi infancia con la abuela que fue faro y luz en mi vida; la que me enseñó a pescar, que me contaba de cómo “ése” era su lugar en el mundo. Amé a mi abuela e hice propio su lugar. La sierra como oposición al cemento y el acero, la mansedumbre del lago opuesta a la histeria y la exigencia de la urbe. Volver, en mi adultez ya madura al paisaje que aprendí a disfrutar cuando era una niña curiosa y aventurera. Y ahí estaba: la casa. Porche al frente, patio atrás, amplia, cómoda, con las estancias que quería. Cuando la visité por primera vez la sensación de “estar en casa” fue inmediata. Comenzaba a recorrer un camino completa y absolutamente desconocido, mi pulsión fue de anhelo. Al ver el patio trasero vislumbré a lo lejos en el fondo, sobre la esquina derecha, rodeado por maleza en parte seca, en parte verde amarronada, un arbolito, seco, gris, con ramas escuálidas y dispersas, la sequía había hecho estragos en él.  Pensé en que la tarea inmediata sería limpiar el terreno porque la idea es hacer una huerta, volví a mirar el arbolito y decidí que ya vería qué hacer con él cuando me instalara. El desafío que representó la mudanza desde la ciudad de los grises corazones hasta la sierra de la luz y la esperanza lo dejo para otro relato, porque en éste les quiero contar la llegada de Jacinta a mi vida. Ni bien tomé posesión de la casa la recorrí, haciendo un reconocimiento, evaluando las tareas necesarias. Cuando caminaba por el patio veía que la maleza era cosa seria, menuda faena será quitarla. Me acerqué al arbolito, para examinarlo puse mi mano en su tronco y me di cuenta: ¡una higuera! Toda mi vida me han fascinado las higueras. En toda cultura milenaria la higuera es alimento, es símbolo, es referencia. De niña, cuando venía con mi abuela, me trepaba a la higuera más antigua de la zona, los lugareños le calculan 120 años, y a pesar de que lo áspero de sus hojas me irritaban la piel yo subía y subía, porque más arriba los higos eran más dulces. Higos negros. Silvestres. Los higos más ricos. Los que aún recuerdo con el embeleso de niña. En todo eso pensaba con la palma de mi mano derecha apoyada en el tronco de… Jacinta. ¿Cómo surgió el nombre? De lo esencial. No conozco a nadie llamada Jacinta. La sensación fue que ella misma se nombró. Jacinta es nombre griego, y alude a una flor pero también significa perseverancia y resistencia. Perseverancia para subsistir bajo la tierra y resistencia para acomodarse al entorno. Bajé la mirada, Jacinta estaba rodeada de maleza, la tierra reseca, el invierno del 2024 fue seco, frío, duro. Busqué un cuchillo de cocina, no tenía herramientas de jardinería y pasé esa tarde escarbando, despejando el pie del tronco de Jacinta de la hierba que la sofocaba, traté de hacer un círculo y fui por agua. Cuatro veces cargué el balde con agua y la fui regando de a poco, mientras conversaba con ella. Jacinta nada es casual en el universo, nada es porque sí, nada es un sinsentido. Todo tiene una sincronicidad, me decía el Balam Ek, en el pueblo Limones, cuando vivía en Cancún y lo visitaba. El universo es sincrónico, Jacinta, los mayas lo sabían, y otras culturas antiguas también. Enseñanzas que guiaban a los seres vivos cuando el mundo era un planeta amigable, no como ahora que es hierro, cemento, balas, acero, egoísmo, muerte. ¿Ves? Ya estás más confortable, amiga, juntas vamos a hacer que todo sea sincronía, en ésta, nuestra casa. Ese que retoza y juega es Barry, Jacinta, un ser de luz, un sabio de 4 patas, un compañero, un amigo, la pureza más absoluta. Vos, él y yo, acá, en la sierra con este perfume tan único que mezcla olor a tierra con el de poleo, menta, té de burro y paraíso, los tres creando nuestra cotidianeidad. Hay muchos paraísos, acá… ¿Sabés que las florcitas del paraíso son dulzonas y a mí me dan alergia? Pero no me preocupa, Jacinta, traje antihistamínico justamente por el cambio de clima y de entorno. Bueno, creo que ya es suficiente agua por hoy… Sincronicidad y haremos el universo propio, Jacinta, con el sabio de cuatro patas disfrutándonos. Gracias, tengo que dártelas, porque la sorpresa más grata, la bienvenida mágica sos vos. Siempre quise tener una higuera, ¿Sabés? Desde chiquita, desde que venía al dique con la abuela, desde que leí y releí historias y parábolas. Gracias, Jacinta, por convocarme, por traerme a tu casa, prometo que mientras estemos juntas seré sincrónica con vos.

Han pasado tres meses, las ramas aún delgadas de Jacinta se doblan por lo cargadas que están de frutos. Ella se abre, se expande, cubre toda la equina del patio, cruza el cerco para ambos lados, se hace grande, hermosa, generosa. Su follaje es de un verde intenso, vívido, luminoso cuando lo roza el sol. La época de lluvia está llegando a su fin y en apenas unos días, será Navidad. Y Jacinta será feliz y disfrutará de que yo ponga en mi mesa navideña algunas de sus brevas, redondas, rotundas, de piel clara porque sus higos son blancos… blancos como el color que simboliza a la pureza…



Comentarios

  1. ... y aquí está Jacinta, abriéndose paso en dirección al cielo. Ofreciendo sus frutos a los ojos que la miran y esas manos que la cuidan. Crece y se hace dueña de la tierra que la sustenta. Jacinta también te observa, necesita ver tu progreso en esa zona que en principio parece hostil, pero como ella, te adaptaras al medio y conseguirás alzar tus brazos al firmamento en señal de victoria. Me gusta Jacinta.

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    1. Jacinta es el recordatorio de lo bueno, amiga mía! Y llevas la razón: adaptación es mi mantra. Te abrazo, amiga mía, desde este mágico Sur

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